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La belleza del mundo





Cada mañana tengo una cita con la belleza del mundo. La belleza del mundo está sentada frente a mí. La belleza del mundo cambia de silla todos los días. La belleza del mundo, al despertarme, estaba apoyada, soñadora, en el blanco de una casa al otro lado de la calle. Ayer la belleza estaba sentada con traje sastre en las flores que acababa de comprar, rosas de un blanco cremoso. 

La belleza del mundo es discreta, conoce el esplendor de la humildad.

La belleza del mundo sabe volverse invisible y pasar de incógnito sobre las alas de Mozart o en las carreras de Bach. La belleza del mundo tampoco desdeña el jazz. La belleza del mundo es hermosa por no desdeñar nada. Todo le resulta refugio, templo, escena. La belleza del mundo se puso a bailar sobre mi mesa de trabajo -una danza torpe, adorable. Sonreí. 

Me preparé una tercera taza de café. La belleza del mundo se sentó en el borde de la taza.
Después, la belleza del mundo partió en todas direcciones a la vez y yo fui a preparar una cuarta taza de café. 


Christian Bobin, Autorretrato con radiador

De él



Quizá vio en él las notas de la guitarra desfilando por su cuello, 
las manos largas, la espontaneidad personificada.
Quizá entendió su carisma cuando se sentaron en el muelle
y se curvaron las vértebras, bailaron colgando los pies.
La fragilidad expuesta, sus labios se curvaban, y se erizaba la piel. 
No tenía más remedio que observarle, en su belleza callada, 
en su despreocupada postura hablando del mundo. 
No tenía más remedio que guardar silencio, 
por el placer de escucharle,
por el placer de mirarle.
El enigma de sus ojos verdes que apuntaban al cielo
riéndose de sí mismo y de sus sueños.
Quizá vislumbró su inocencia escondida, su palpable alegría. 
De él eran las estrellas, por un instante.
De él el polvo dorado que conseguía elevarte
volando hacia la luna, o hacia el sol de aquella tarde...